CUARTA CRONICA

miércoles, 7 de julio de 2010 19:47 | Posted by Luis Alfonso Maldonado Utria
CUARTA CRONICA:



La reconquista española (Julio-Diciembre 1815) y el sitio de Cartagena de Indias.
El año 1815 es uno de los periodos temporales más aciagos de la historia de Cartagena de Indias, es el año de la Reconquista Española… “cuando arrojados los franceses a principios de 1814 y restaurado el monarca Fernando VII en el trono de España, se instituyo de nuevo el absolutismo y se buscó la reintegración del imperio español tanto en la metrópoli como en sus colonias de ultramar… por ello se consideró necesaria la sumisión absoluta e inmediata de los vasallos americanos y la negación de todo tipo de autonomía o independencia absoluta. En la política española surgió el militarismo como forma de reacción entre los revolucionarios americanos y el único medio para la restauración de las instituciones españolas” (Ocampo, 1984, p. 205).
Para lograr este propósito la corona española, organizó la “Expedición Pacificadora” bajo el mando del veterano general Pablo Morillo y Morillo, cuyo ejercito de más de diez mil soldados inició la reconquista de Venezuela en abril de 1815.
El ejercito “pacificador” desembarcó en el fortín realista de Santa Marta el 23 de julio 1815 y desde allí preparó el ataque sobre Nueva Granada. A fines de agosto del año referenciado el ejercito español sitió por mar a Cartagena “desde Punta Canoa al norte, hasta más allá de Bocachica. No obstante, el bloqueo distó mucho de ser perfecto y en varias ocasiones los sitiados consiguieron burlarlo” (Quintero, 2005, p. 288).
El cerco por tierra se completó el 7 de septiembre, sellando así la suerte de la plaza, cuyos defensores, en reiteradas oportunidades trataron de burlarlo con resultados negativos.
Por ello en el mes de diciembre la situación era por demás de insoportable:
La falta de alimentos llevó al pueblo cartagenero a consumir no solo las mascotas de la época sino también a las ratas, caballos, hierbas y cueros los cuales fueron insuficientes para calmar la hambruna desatada por la falta de viveres, acaparados también por la dirigencia criolla.
La falta de agua potable y los muertos insepultos desataron enfermedades y la peste que diezmaron aun más a los cartageneros. (Liévano en los Grandes Conflictos sociales y económicos de nuestra historia, 2002).
Citando a O’leary y Restrepo de manera respectiva, escribe:
… “Los primeros días de diciembre fueron horribles sobre toda exageración; la guarnición no era sino una sombra; los centinelas caían muertos en sus puestos y los oficiales ya no podían cumplir con el servicio”…
… “El 4 de diciembre llego a 300 el numero de personas que murieron de hambre en las calles. Todas las guarniciones de los fuertes, castillos y baluartes se habían disminuido en extremo; en los hospitales se hallaban literalmente amontonados los hombres semivivos sin más esperanzas que la muerte, pues cada familia se hallaba reducida a igual estado. Sin embargo, no amaneraba la constancia de los sitiados que preferían morir antes que rendirse”… (p.p. 798, 799).

Tomó la ciudad, encontrando el escenario que a continuación narran varios testigos de los hechos, citados, por Lemaitre (1983) de la siguiente manera:
El pacificador decidió tomar posición de la ciudad abandonada, donde hizo su entrada el día 5 de diciembre. He aquí el pavoroso cuadro de ruinas, muerte y desolación que encontró: “la ciudad presentaba – le escribió el mismo al ministro de guerra de España – el espectáculo más horroroso a nuestra vista.  Las calles estaban llenas de cadáveres que infestaban el aire y la mayor parte  de la plaza.
De su parte, el comandante de la escuadra española,  D. Pascual de Enrile, describió aquel mismo cuadro del siguiente modo: “no es posible que pueda expresar  a V.E. el estado horroroso en el que se ha encontrado la ciudad… han muerto de hambre más de dos mil personas, y las calles están llenas de cadáveres que arrojan una fetidez insoportable”.
Por su parte, D. Francisco de Montalvo, a quien Morillo nombraría poco después virrey de la Nueva Granada, dejó dicho en su relación de mando, que “el aspecto horrible que dejóla ciudad a nuestros ojos no se puede describir exactamente. Cadáveres por las calles y casas, unos, de los que acababan de morir al rigor del hambre, y otros de los que habían expirado dos o tres días antes, y que por ser en número considerable, parece no hubo tiempo para sepultarlos, otras personas próximas a fallecer de necesidad; una atmosfera sumamente corrompida que apenas permitía respirar; nada, en fin, se dejaba notar en estos infelices habitantes sino llanto y desolación”.
Y el capitán Rafael Sevilla, a quien atrás hemos citado, refirió así en sus memorias aquel espectáculo dantesco: “Morillo había mandando a sus oficiales de Estado Mayor a prevenir a todos los jefes del cuerpo que no se hiciese daño ni se maltratase a vecino alguno que no opusiera resistencia; únicamente exigían la entrega de las armas, bajo la pena de muerte. Pero no era menester esta amenaza para hacérselas entregar… pues no podían con ellas. No eran hombres, sino esqueletos; hombres y mujeres, vivos retratados de la muerte, se agarraban a las paredes para poder andar sin caerse: tal era el hambre horrible que habían sufrido. Veintidós días hacia que no comían otra cosa que cueros remojados en tanques de tenería. Mujeres que habían sido ricas y hermosas; hombres que pertenecían a lo más granado de aquel entonces opulento centro mercantil de ambos mundos; todos aquellos sin distinción de sexo ni clases que podían moverse, se precipitaban, empujándose  y atropellándose, sobre nuestros soldados, no para combatirlos, sino para registrarles las mochilas en busca de un mendrugo de pan o de algunas galletas. Ante aquel espectáculo aterrador, todos nuestros compatriotas se olvidaron de que aquellos asesinos de sus compañeros, y no solo les dieron cuantos artículos de comer llevaban, los que devoraban con ansiedad aquellos desgraciados, cayendo muchos de ellos muertos así que habían tragado unas cuantas galletas, sino que se improviso rancho para todos, y sopas para los que no podían venir a buscarlas”
Y prosigue así el Capitán Sevilla su horripilante relato: “El mal olor era insufrible como que había muchas casas llenas de cadáveres en putrefacción. El grueso de nuestro ejército no entró hasta el siguiente día 6 de diciembre. Las armas fueron entregadas sin dificultades, pero los cañones en número de más de mil, habían sido clavados, y la pólvora derramada en los pozos y cisternas. Lo primero  que dispuso el General Morillo, una vez en la plaza, fue que por la tropa y los paisanos que pudiesen trabajar, se abriese una gran fosa y enterrasen a aquellos montones de cadáveres que infestaban la población. Muchas carretadas llenas de ellos se sacaron de las casas, depositándolas en la fosa común; pero por grande que fuere el zanjón que se hizo, no pudo contenerlos a todos, y hubo que llevar muchos en piragua para arrojarlos al mar. El cirujano mayor mandó una vasija en cada casa donde se habían sacado los muertos, con varios ingredientes de fumigación; para desinfectar aquellas cubrió con el humo aquel sahumerio”
Y, en fin, para terminar estas patéticas relaciones de testigos de vista de lo que en Cartagena hallaron los vencedores a su entrada en la ciudad, añadamos la versión que, años después, dio  de este episodio cierto súbdito ingles, el Sr. Michael Scott, quien habiendo naufragado por esos días cerca de Galerazamba, fue detenido como sospechoso por los españoles, y llevado a Torrecilla, y como tal o sea en calidad de prisionero, entró con las tropas de Morillo a la ciudad sitiada.
Dice así Scott: “apenas me había formado idea de los horrores de un sitio por las descripciones que habían oído, mas la realidad de la escena, aun para mi, que acababa de pasar tan crueles penalidades, fue horrible . Entramos  por la puerta del arrabal ( o sea de la Media Luna) y desfilamos a través de lúgubres escombros; los acordes de las músicas marciales resonaron entre aquellas ruinas con fúnebres ecos… llegamos a la puerta principal (La Boca del Puente)   que hallamos también abierta y con el puente levadizo tendido; bajo el arco abovedado vimos a una mujer de aspecto al parecer distinguido , casi en los huesos, y débil como una criatura, recogiendo algunas basuras asquerosas cuya posesión le habría querido disputar un gallinazo. Un poco más adelante los cadáveres de un mísero anciano.
Una vez tomada Cartagena de Indias,  los ejércitos chapetones continuaron  la reconquista del territorio del Nuevo Reino de Granada implantando el denominado “régimen del terror”, que eliminó a docenas de miles de luchadores populares, y a toda una generación de dirigentes políticos revolucionarios :los criollos.
Muestra de ello fueron los asesinatos de Antonio Santos y Policarpa Salvarrieta, Antonio Baraya, Liborio Mejía, Antonio Villavicencio, Francisco José de caldas (El sabio) Joaquín Camacho, Jorge Tadeo Lozano y Camilo Torres.
En Cartagena de indias, el 16 de febrero de 1816 fueron fusilados los posteriomente denominados  “Mártires de Cartagena”:
·         Manuel del Castillo (Cartagenero)
·         Martin Amador (Cartagenero)
·         Pantalón Germán Ribón (Momposino)
·         Santiago Stuart (irlandés)
·         Antonio José de Ayos (Cartagenero)
·         José María García de Toledo ( Cartagenero)
·         Miguel Díaz Granados (Samario)
·         Manuel de Anguiano (Español)
·         José María Porto Carrero (Bogotano)
Los sucesos posteriores están compilados en una síntesis magistral de Ocampo (1984)
Las expediciones de la reconquista invadieron el país por el Chocó, Antioquia y Cauca, el Rio Magdalena y por Ocaña. El régimen del terror lo ejerció Morillo y su ejército  a través de los tribunales, como fueron, el Consejo de Guerra permanente encargado de dictar sentencias de muerte contra los independentistas; el Consejo de Purificación, juzgaba a quienes no eran merecedores de la pena de muerte ,y finalmente, la pena de secuestros, la cual embargaba y confiscaba los bienes de los revolucionarios.
A estos órganos de terror, se unió también la Inquisición la cual, regresó con las tropas de Morillo y se reinstaló, con sus aparatos de represión.
El obispado de Cartagena, cuya cabeza había dejado vacante el obispo revolucionario Juan Fernández de Sotomayor y Picón, fue ocupada por el inquisidor Odériz, agente principal de las nuevas circunstancias de persecución que había suspendido el régimen revolucionario y los patriotas: el pueblo  raso y sus dirigentes
Los sucesos posteriores están compilados en una síntesis de Ocampo (1984). Las expediciones de la reconquista invadieron el país por el Choco, Antioquia, Cauca, el rio Magdalena y por Ocaña. Cada ciudad deploraba la muerte de sus principales hombres y por todas partes  se levantaba el patíbulo y se llenaban los calabozos; la simpatía inicial de los granadinos a la expedición pacificadora cambió radicalmente cuando el régimen del terror se proyectó implacablemente en los granadinos. Fue entonces cuando surgieron las güerillas populares y se abrió paso firme para la llegada del ejército libertador de Bolívar y Santander.

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